lunes, 28 de septiembre de 2015

"Fundar parlamentos ciudadanos y vaciar de poder castillos y palacios" Itziar González


Prólogo de Itziar González Virós del libro Amor y política de Monserrat Moreno y Genoveva Sastre.





Itziar González Virós



El 16 de abril de 2010, en la galería gótica del edificio histórico del Ayuntamiento de Barcelona, hice pública mi decisión de dimitir como concejal del Distrito de Ciutat Vella. Tras tres años de prácticas de gobierno y representación institucional, vivía al fin un acto solemne en el que pude reivindicar, como nunca antes, la dimensión radicalmente utópica de la política. Frente a los medios de comunicación, rodeada de las personas de mi equipo en el distrito y, también, del alcalde y algunos tenientes de alcaldía y concejales, expresé públicamente, en un breve parlamento, mi decepción íntima. Saqué a la luz los motivos y razones por los que era imposible realizar la tarea para la que me habían elegido. No podía defender los derechos y deseos de la ciudadanía ni oponerme a los designios de los poderes ocultos de las organizaciones políticas y económicas que operaban en la ciudad. Apenas había espacio para la creatividad y la cooperación con la ciudadanía. Todo me parecía un sofisticado simulacro. Un engranaje formal de aparente servicio público lleno de claroscuros y zonas francas para el tráfico de influencias y el clientelismo. Allí dentro, al abrigo del sistema, todos estábamos libres de la obligación democrática de «dar cuentas» a aquellos que nos habían votado. Al final, «la casa de todos», «la casa gran», como acostumbramos a referirnos cuando hablamos del Ayuntamiento, resultaba ser la gran osamenta estructural para albergar espacios para la impunidad y la ocultación de su verdadera razón de ser: el libre ejercicio del poder. Pero, ¿de quién? Contrariamente a lo que puede pensarse en un sistema electoral presidencialista como el nuestro, el alcalde era uno de los más desposeídos en capacidad de mando. De hecho, su prominente posición en la parte alta de la pirámide jerárquica lo hacía enormemente vulnerable a los ataques antipolíticos y antidemocráticos de los lobbies y su brazo armado mediático y difamador. Entonces, ¿a quién sirven nuestras instituciones públicas? ¿Por qué nos empeñamos en sumarnos y participar en un sistema que históricamente ha sido diseñado para desposeernos de nuestra dimensión política esencial y de nuestra capacidad de organizarnos para transformar la sociedad junto a los otros? Quizás, la imposibilidad de responder a esa pregunta hizo que el gesto íntimo, hecho público, de mi dimisión, se convirtiese después en el inicio de una práctica continua de resistencia política: una disidencia con respecto al actual sistema de pseudodemocracia formal y un nuevo frente de acción política: la reivindicación, no de una nueva política, sino de «otra» política.

Y esa es la cuestión que late en el fondo profundo y fecundo del libro que han escrito Montserrat Moreno y Genoveva Sastre. Las autoras, conocedoras del potencial alquímico y transformador que existe en los conflictos, reivindican la dimensión cooperativa y radicalmente utópica de la política y, por ello, su necesaria materia emocional para construir dinámicas solidarias y vinculantes. Sin una base sobre la que apoyarse, ninguna construcción humana sobreviviría. Sin embargo, la necesidad de esa base no debe ser necesariamente la excusa para atemorizarnos y obligarnos a quedarnos quietos, atrapados en un sistema paralizante y rígido. Sometidos a un poder centrípeto que nos coarta el derecho a subvertir el orden de las cosas y redefinir continuamente el campo de fuerzas que despliega cualquier acción colectiva. La dimensión política de las personas es precisamente esa potencialidad de elegir vincularse libremente a los otros. No hay que temer al instinto de cambio incesante que existe en los seres vivos, siempre transformador y siempre con el objetivo común de mejorar las condiciones para la vida. Hay que temer el instinto paralizador de quienes quieren acumular poder y privarnos, así, de nuestra potencia utópica de actuar siempre en abierto.

Quizás por ello he empezado este prólogo explicando mi dimisión como concejal del Ayuntamiento de Barcelona. Precisamente porque las autoras de Amor y política nos dan algunas de las claves para entender esa decepción íntima y el valor público y colectivo de la toma de consciencia que supuso para mí y para muchos de los vecinos y vecinas de Ciutat Vella ese acto de «impotencia» institucional que apuntaba, sin embargo, una victoria y un acto de «fuerza» vecinal. Desenmascarar. Apartar el velo. Descubrir el engaño. Arrojar luz. Denunciar que no es esa la manera en que nos queremos gobernar. He aquí algunas de las indicaciones que se proponen como acciones necesarias para retomar esa concepción de lo político que lo sitúa en el vórtice mismo del conocimiento humano. Montserrat Moreno y Genoveva Sastre no conciben la política como algo de vuelo corto y de utilitarismo fugaz. La describen completa. Multidimensional. Como una práctica que se autofunda en cada conflicto, en cada reconocimiento de alteridad. La política como ese instinto cooperador que conduce a resultados imposibles o difíciles. La que se despliega ante el reto del conflicto. El obstáculo que estimula el salto. El artificio o el invento para superarlo que bebe del conocimiento de muchas generaciones y de su cooperación en el tiempo. Nada que pueda patrimonializar un gobernante o su partido. Conocimiento de todos. Prácticas de todos y experiencia forjadora de cultura del hacer colectivo. Cultura política. La cooperación es el origen de la evolución. Solo reconociendo las propias capacidades y las del otro se hace posible lo imposible. La organización de esa potencia tomará mil formas y tecnologías que se demostraran más o menos eficaces. El libro apunta la necesidad de fomentar la cultura política y la consciencia del valor que supone para todos los seres perseverar en los hábitos cooperativos (y no solo en los asociativos) para trabajar coordinadamente en un misma dirección. A los sentimientos nacidos de la cooperación les llaman amor, no como algo innato, sino fruto de determinados contextos históricos y culturales. En ello radica la urgente tarea de cultivar la política precisamente ahora, en este contexto en el que se hace visible para todos el colapso de nuestro sistema pseudodemocrático.

La «otra» política consiste en liberarse de unas instituciones que atrofian nuestras capacidades para la cooperación y dimensión política. Dar un paso al lado. Desplazar y arrastrar nuestras vidas hasta otras prácticas que tengan un nuevo sentido y sean fundantes de nuevos afectos y libres asociaciones. Engendrar nuevos conflictos y crear, a su vez, un nuevo mundo. Entender la política como esa holgura entre dos, como esa posibilidad de movimiento entre el acercarse y el distanciarse. Esa reprogramación continua que imposibilita la indiferencia y promueve el máximo reconocimiento de todas las partes. Estar libremente juntos en el latido. Estar atravesados por la misma energía del cambio continuo y participar en la centrifugación del poder. En la liberación de un nuevo oxígeno que permita la existencia de la política más allá del poder y el gobierno. Espacios y mundos paralelos donde ejercer esa dimensión cooperadora. Mantener el debate en las plazas, en el ágora pública. Huir de la violencia que se oculta en lo privado y reinventar nuevas instituciones abiertas y dinámicas. Fundar parlamentos ciudadanos y vaciar de poder castillos y palacios.


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